jueves, enero 11, 2007

CAPÍTULO 3, 8ª parte

Son mas de las seis de la tarde y no se ve a nadie por la calle, parece un pueblo fantasma, luce un sol espléndido, demasiado espléndido, me voy a freír. No sé que ponerme para la entrevista, mi único traje es de invierno y lo demás es ropa excesivamente informal. Creo que estoy demasiado nervioso, no es para tanto. Estos momentos me recuerdan a los días posteriores a mi graduación, continuas entrevistas de trabajo ¡Dios cuánto ha cambiado mi vida! ¡Mierda! Espero que no se me escape ninguna de las palabras prohibidas durante la entrevista. Ya casi es la hora de salir, a las siete en punto, ni antes ni después, la puntualidad es importante. Ya son menos cuarto, creo que bajaré a la tasca a hacer tiempo, tomaré uno de esos insípidos cafés de Bartolomé, ¡Igual hasta se anima y me da charla! ¿Pero por qué estoy tan nervioso? Ojalá estuvieras aquí Margara, ese besito antes de salir era como un bálsamo para mí.
...............
Ahí está, mal limpiando con desgana esas tazas de café, se parecen mucho a un juego que tenía mi abuela Juana. ¡Pobrecilla! Ojalá estuviera aquí, seguro que me animaría, ella siempre lo hacía “¡Vamos, vamos hijo no te desanimes ahora, ya has conseguido tu título y eso es lo mas difícil, el trabajo vendrá solo con un poco de lucha” Aun no me explico porque una mujer tan fuerte como ella no pudo superar aquel maldito día de las revelaciones, y lo que es peor no pude hacer nada por ella, se evadió de la realidad sin más, como mi abuelo y mis padres....
- ¡Buenas tardes Bartolomé! Parece que el sol hoy nos está castigando.
- ¿Qué va a ser señor?
- Un cortado, corto de leche por favor.
- Ahora mismo va.
No entiendo a esta gente, es irritante observarles, parecen como resignados a su suerte. El enterrador o el propio Simón, aunque con un cierto componente de rebeldía también están resignados. Son como tarugos de madera, ni hablan, ni sonríen, ni lloran... ¡Nada de nada! Hablar a este tío es como hablar a las paredes, camina de un lado a otro del mostrador como un plantígrado perezoso, sin mas alicientes en la vida que servir cuatro cafés al día, quién sabe a lo mejor es su manera de no perder la cordura y así sobrevivir.
- Bartolomé, ¿Hace mucho que tiene la tasca?
- ¿Usted cómo sabe mi nombre? Yo no conozco el suyo.
- ¡Hombre todo el mundo le llama así aquí! Mi nombre es Luis Martínez.
- ¿Por qué quiere saber si hace o no hace tiempo qué tengo este local?
- Es una manera de entablar conversación, solo eso.
- Perdone usted ¿Qué le hace pensar que tengo ganas de charlar?
- Bueno, es usted muy conversador con los demás.
- Con los demás sí, pero con usted no. No me gusta la gente de fuera, y menos los que vienen a recoger los despojos.
- ¿Por qué piensa que he venido a eso?
- Usted charla demasiado, todos vienen a eso. Aquí tiene su café, me lo abonará en el acto, es una costumbre de la casa, gracias.
Creo que será mejor no insistir, este hombre no ofrece ninguna posibilidad de conversación, al menos de momento. Para colmo me ha puesto más nervioso de lo que ya estaba. ¡Mierda ya son menos cinco! Ya puedo correr si quiero llegar a la hora. La antigua casa del cura no está muy lejos de aquí. Es gracioso que esa mujer halla tomado como lugar de residencia la vivienda del párroco.

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